“No sé si valió la pena tanto sacrificio y cuando pienso en que persiste la amenaza del narcotráfico, me duele saber que él ya no vive. Rodrigo Lara Bonilla debería estar diciendo muchas verdades que el país aún no quiere escuchar. Yo todavía siento su presencia y todas las semanas constato que continúa vigente en la memoria de una sociedad que lo recuerda. Es más, hay gente que me reconoce y todavía me da el pésame. Estoy convencida de que él fue y sigue siendo un hombre grande en la historia de Colombia”.
Son reflexiones de Nancy Restrepo, viuda del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por el narcotráfico el 30 de abril de 1984. Hace 35 años, con el corazón destrozado y tres hijos, de ocho, seis y dos años, partió hacia Europa en un forzoso exilio que duró 15 años. Desde 1999 regresó a Colombia y, con doble nacionalidad, reparte sus días entre Bogotá y París. Permanece atenta al derrotero profesional de sus hijos, no esconde sus opiniones y mantiene intacto el ejemplo de su aguerrido esposo.
“El primero que me habló de Rodrigo fue su padre, Jorge Lara, quien en una reunión social en Neiva, de manera espontánea me dijo que yo era la esposa perfecta para su hijo. Yo tenía 13 años y Rodrigo ya era un promisorio líder político en Huila. Desde los 18 años militó en el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), y a los 23 fue alcalde de Neiva. Cuando empezamos a salir, a finales de 1973, yo tenía 16 años y él ya había constituido su movimiento Dignidad Liberal”, evoca Nancy Restrepo echando a andar el río de sus recuerdos.
El noviazgo duró cuatro meses y, sacándole tiempo al frenesí político, se casaron el 21 de junio de 1974. Emigraron a Bogotá y tomaron en arriendo un céntrico apartamento en Las Aguas, ideal para que Lara reanudara su actividad política, entonces en apoyo del electo presidente Alfonso López. Además, en la lista de su coterráneo Jaime Ucrós, salió electo como representante suplente a la Cámara. Dos años después, cuando constató que no tenía manera de acceder al Congreso, decidió optar por la vía diplomática.
Habló con el presidente López, éste le ofreció un cargo en Bruselas y Lara, con su peculiar repentismo, contestó: “Tengo un problema Presidente, solo puedo vivir en Neiva o en París”. El asunto quedó en veremos, el matrimonio regresó a Huila, donde nació su hijo Rodrigo en mayo de 1975, y un año más tarde fue designado como consejero en la embajada de Colombia en Francia. Por nueve meses, apenas suficientes para un líder empecinado en regresar a la política. Lo hicieron en 1977. Nancy Restrepo tenía ocho meses de embarazo.
Lara llegó a hacer campaña al Senado con su movimiento Dignidad Liberal y, después de una exitosa convocatoria, logró su cometido. Tenía 32 años y ya era un reconocido catedrático en las universidades Externado y Javeriana. Pero tenía un conflicto. No se consideraba compatible con las prácticas políticas del presidente Julio César Turbay y, como fallido promotor de la reelección de Carlos Lleras, coincidió en sus ideales con otro baluarte del mismo objetivo: Luis Carlos Galán.
Al año siguiente, junto a otros líderes como Juan Lozano y Germán Vargas Lleras, empezaron a estructurar el Nuevo Liberalismo. Una colectividad que recibió un generoso respaldo electoral. En 1981, a Rodrigo y Jorge Andrés, se sumó el tercer hijo, Pablo José y, entre los avatares de la política y el sueño de llevar a Galán a la Casa de Nariño, llegaron las elecciones de 1982, donde un liberalismo dividido permitió la victoria del candidato conservador Belisario Betancur.
Lara había sido reelecto al Senado y cumplía una juiciosa labor parlamentaria, cuando recibió una llamada del presidente Betancur para ofrecerle el Ministerio de Justicia. “Betancur no lo consultó con Galán, se lo ofreció directamente a Rodrigo y él le dijo que era un honor y que lo aceptaba siempre y cuando pudiera enfrentar al que ya calificaba como el gran enemigo del país: el narcotráfico”, rememora Nancy Restrepo. Después lo supo Galán, quien se mostró complacido.
La vida de Rodrigo Lara y Nancy Restrepo cambió para siempre. “Nos gustaba ir a los pueblos, caminar por Neiva, acudir a cine. Todo cambió de un día para otro. Rodrigo se posesionó en agosto de 1983 y a los pocos días enfrentaba una guerra”. Se propuso destapar a los ‘narcos’, en especial a Pablo Escobar, y se le vino encima una montaña. En pocos meses, no solo tenía redoblada su seguridad, sino que a través del narcotraficante Evaristo Porras, le hicieron un montaje en el Congreso, para sacarlo del Ministerio de Justicia.
“El apoyo provino de donde menos lo esperaba, del director de El Espectador, Guillermo Cano. Nunca olvidaré su respaldo. Recuerdo un día en que íbamos hacia el aeropuerto y nos encontramos en un semáforo con Guillermo Cano. Él empezó a pitar y hacerle señas de aprobación con el pulgar de su mano derecha. ‘Siga adelante, no está solo’, le dijo desde la ventanilla de su carro”, recalca Nancy Restrepo, quien también recuerda al coronel Jaime Ramírez y al periodista Jorge Enrique Pulido.
“Fueron nueve meses muy duros. Desde el tercero ya le había dicho que dejara el Ministerio. Las amenazas eran terribles y perdimos la tranquilidad, pero Rodrigo nunca me hablaba de ese tema. Ya no confiaba en nadie y el instante más difícil fue cuando Galán, seguramente mal aconsejado, sugirió un Comité de Ética para que se aclarara el escándalo de un cheque de Evaristo Porras que apareció en su campaña al Congreso”, señala Nancy Restrepo.
En la penúltima semana de abril, el presidente Betancur llamó a Lara, le dijo que debía dejar el Ministerio porque las amenazas eran muy graves, y le ofreció irse para Praga (Checoslovaquia). Lara aceptó. Ese día llegó a casa de buen humor, tranquilizando a su esposa porque solo era asunto de esperar el beneplácito. “Nos vamos. Me voy a quitar las cordales que me hacen dar mal genio”, le manifestó a Nancy. Era cuestión de esperar el 12 de mayo, fecha destinada para partir a Europa.
A las 5:30 de la mañana del 30 de abril de 1984 sonó el teléfono en la casa del ministro. Era el presidente Betancur, lo necesitaba con urgencia. Ambos partieron hacia el Ministerio pues ella manejaba la oficina de rehabilitación carcelaria. Al mediodía volvieron a encontrarse y partieron hacia un coctel en la embajada de Holanda. Pero fue un viaje tortuoso. A la altura del Parque Nacional se les atravesó una moto y Lara empezó a gritar: “Nos están siguiendo”. Estaba muy nervioso. Presentía la muerte.
“En el coctel, Lara estuvo efusivo. Volví a ver sus habituales carcajadas. Después nos despedimos, él regresó al Ministerio y yo me fui hacia los estudios de RTI, donde debía asistir a la proyección de una película para recoger fondos para fortalecer la rehabilitación carcelaria. Cuando llegaba se nos acercó una moto y el escolta me dijo que me tirara al piso. Yo me puse a llorar. Me sentía desesperada. Solo recobré la calma horas después cuando decidí comprar un regalo para una amiga”.
“Cuando estaba en el almacén pedí prestado el teléfono para llamar a Rodrigo. Estaba dañado. Tenía un desasosiego incomprensible. Le pedí al conductor que le apurara para llegar a la casa en El Recreo de Los Frailes, al norte de Bogotá. Entré al sector, vi un carro de la Policía, pero no sospeché mayor cosa. Después vi otro carro y me entraron sospechas. Cuando llegué a la casa constaté la desgracia. El vehículo de Rodrigo con los vidrios destrozados y la noticia de que mi esposo estaba muerto”.
En medio del estupor, Nancy Restrepo se dio cuenta de que su hijo mayor no estaba. Entonces su empleada, Oliva Andrade, le relató: Cuando sucedió el atentado sobre la calle 127, el conductor oficial se movilizó hacia la casa del matrimonio Lara Restrepo. Allí lo cambiaron de carro y lo llevaron a la Clínica Shaio. En otro vehículo se fue su hijo Rodrigo.
Cuando Nancy Restrepo llegó a la Shaio, supo que Lara Bonilla estaba muerto y, a lo lejos, vio a su hijo solo y sin entender lo que sucedía. “Él no habla de ese tema, duró muchos años en superarlo. La vida se nos derrumbó. Durante el sepelio de Rodrigo en Neiva, cuando hablaron sus contradictores, constaté que la política son ambiciones pasajeras y que la vida está por encima de las malquerencias. Yo tenía 27 años y tres hijos. Cuando hablé con el presidente me dijo: ‘¿Qué quiere hacer?’. Yo contesté: ‘Vivir mi tristeza lejos de Colombia’ ”.
El 21 de junio de 1984, exactamente 10 años después del matrimonio, Nancy Restrepo y sus tres hijos partieron hacia España. Los acompañó Oliva Andrade. Vivieron un año en Madrid, en medio de la paranoia, y al siguiente se radicaron en Berna (Suiza), donde antes de convertirse en cónsul, Nancy Restrepo ofició como guía diplomática. Su primera tarea fue terrible. Tuvo que visitar a los detenidos colombianos, todos presos por narcotráfico.
En Suiza crecieron sus hijos y allí permaneció hasta 1993. Lejos de su patria empezó a recibir malas noticias. La muerte de los amigos de su esposo, Manuel Gaona y Carlos Medellín, en el holocausto del Palacio de Justicia; el asesinato del coronel Jaime Ramírez; el sacrificio de Guillermo Cano; el magnicidio de Luis Carlos Galán; o la muerte de su amigo Enrique Low Murtra. “Cada mala noticia era como revivir la muerte de Rodrigo. Siempre supe que los asesinaron por creer en un país alejado del narcotráfico”, insiste Nancy Restrepo.
El tiempo fue pasando, Nancy Restrepo siguió su derrotero diplomático en París y su hijo Rodrigo retornó a Colombia para cursar estudios de derecho en la Universidad Externado. Todo marchaba en consonancia con sus obligaciones cuando llegó el momento del regreso. Un retorno obligado por petición del gobierno de Andrés Pastrana. En el momento crucial, Nancy Restrepo le dijo al presidente Pastrana: “No pido por mí, lo hago por los hijos de Rodrigo Lara”. El 14 de julio de 1999 llegó el decreto de su salida.
Por invitación del industrial Julio Mario Santodomingo, retornó a Colombia para trabajar en la empresa Bavaria. Lo hizo hasta 2003. Desde entonces su vida son sus hijos. Rodrigo Lara Restrepo, hoy senador de la República, de quien afirma que es un hombre con la enjundia de su padre; y Jorge Andrés y Pablo José, comprometidos en la administración de empresas. Para ellos vive, pero confiesa que le dan nervios cada vez que se da cuenta de que el narcotráfico sigue teniendo demasiado poder y la sociedad colombiana muy poca memoria.