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Marco Rubio vs Gustavo Petro historia de sus enfrentamientos
El secretario de Estado de EE.UU arremete de nuevo y trata a Petro de “Lunático”.

Desde el inicio del gobierno de Gustavo Petro, Marco Rubio —hoy secretario de Estado en la administración Trump— ha mantenido un discurso crecientemente confrontacional frente a Bogotá.
En los últimos meses, el tono subió varios grados. Tras el ataque estadounidense a una lancha señalada por Washington de tráfico de drogas, Rubio calificó al presidente colombiano de “lunático” y afirmó que “el único problema de Colombia es su presidente”, en referencia directa a Petro.
La declaración, difundida consolidó una narrativa de desconfianza hacia la agenda de seguridad y la orientación ideológica del mandatario colombiano.
Las fricciones no son nuevas. En artículos de opinión y publicaciones en X, Rubio ha cuestionado pilares de la política interna y externa de Petro: su estrategia de drogas —que reduce la erradicación forzosa y prioriza un enfoque de salud pública—, las negociaciones con el ELN dentro de la “Paz Total” y el restablecimiento de relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro.
En mayo de 2024, Rubio publicó un texto en el que advirtió que las “políticas fallidas” de Petro ponían “en riesgo dos décadas de avances” en Colombia, acusándolo de debilitar las capacidades de seguridad y enviar señales equivocadas a los grupos armados.
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El propio Congreso estadounidense, en notas de contexto no partidistas, ha documentado que la administración Petro cambió el énfasis de la estrategia antinarcóticos y abrió el abanico de negociaciones con actores armados, un giro que críticos en Washington —entre ellos Rubio— señalan como concesivo.
Rubio también ha usado episodios concretos para apuntalar su tesis. En julio de 2023 criticó la suspensión de monitoreo de cultivos de coca, calificándola de “ridícula” y de “regalo” para el gobierno Petro, al tiempo que fustigó los diálogos con el ELN.
Este tipo de mensajes se integró a una presión más amplia en Washington para condicionar visados y asistencia a funcionarios colombianos si —según esos críticos— el Gobierno daba cobijo a actores criminales o desatendía compromisos antidrogas.
También se registró cómo, ya en 2024 y 2025, la línea dura asociada a Rubio abogó por revisar visados y elevar costos diplomáticos.
Otro frente fueron las posiciones internacionales de Petro. A comienzos de 2024, cuando el presidente colombiano endureció su discurso sobre la ofensiva de Israel en Gaza, Rubio lo señaló en X como exponente de “retórica antiisraelí” y calificó su postura de “vergonzosa”.
Ese cruce alimentó el relato de Rubio de que Petro se alinea con gobiernos o narrativas contrarias a los intereses de EE. UU., un punto que el senador-–luego secretario de Estado–—repite cuando critica los acercamientos de Bogotá a Caracas y La Habana. Expertos en la región han reseñado ese patrón como parte de la doctrina de Rubio para América Latina.
La relación bilateral vivió, además, choques derivados de la agenda migratoria y de seguridad de Washington. En enero de 2025, tras un pulso por los vuelos de deportación, la Casa Blanca amenazó con aranceles y sanciones y Bogotá terminó aceptando la reanudación de vuelos; el episodio reforzó a los halcones en Washington, con Rubio como rostro más visible, que presentan a Petro como un socio poco confiable.
Subsecuentemente, cuando Petro denunció presuntas injerencias contra la democracia colombiana, el mandatario pidió a la embajada de EE. UU. “no interferir” en la justicia; ese mismo mes, Rubio había cuestionado pronunciamientos del Ejecutivo colombiano sobre la rama judicial, escalando la tensión pública.
El intercambio no ha sido unidireccional. Petro ha respondido en varias ocasiones a Rubio. En julio de 2025, tras críticas del secretario de Estado, el presidente colombiano pidió que la embajada no interfiriera en procesos internos; y en otra ocasión, aludiendo a encuestas de Invamer, replicó a Rubio en X enviándole resultados de opinión para desestimar sus señalamientos.
Más ampliamente se reportó que el propio Petro envió cartas para enfriar la crisis con Washington, señalando que no pretendía acusar personalmente a funcionarios estadounidenses.
En el frente venezolano, Rubio encuadra a Petro como un facilitador de la “normalización” con Maduro. Desde 2022, el gobierno colombiano reabrió fronteras y avanzó en acuerdos comerciales y diplomáticos con Caracas; Rubio ha presentado ese giro como un retroceso para la presión democrática en Venezuela.
Registros muestran la agenda de reapertura y los pactos fronterizos que alimentan esa crítica recurrente del secretario de Estado.
En síntesis, lo que ha dicho Rubio sobre Petro puede agruparse en cinco líneas: que la estrategia de drogas y la “Paz Total” han debilitado la disuasión frente a actores armados; que la cercanía política con Maduro y la distensión con Cuba envían señales equivocadas en la región; que la postura de Petro sobre Gaza/Israel lo ubica en coordenadas contrarias a la política exterior estadounidense; que la relación bilateral debe condicionarse a resultados concretos en seguridad, migración y lucha contra el narcotráfico; y que el talante del presidente colombiano —según frases recientes de Rubio— es un obstáculo en sí mismo.
Todo lo anterior ha sido replicado por Rubio en columnas, declaraciones oficiales y publicaciones en X, y ha recibido respuesta directa de Petro, tanto en redes como en canales diplomáticos.
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