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Guillermo Cano, un periodista inolvidable

Hoy se conmemora el centenario del nacimiento del emblemático director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Su vida y su obra constituyen un ejemplo vivo de periodismo valiente al servicio de Colombia.

Guillermo Cano, director de El Espectador
Por Agencia Periodismo Investigativo | Mar, 12/08/2025 - 06:49 Créditos: Guillermo Cano, director de El Espectador. Tomadas de El Espectador

Por: Jorge Cardona Alzate

“La prensa es libre en tiempos de paz”. Así quedó consagrado en el artículo 42 de la carta política de 1886, que promovió Rafael Núñez después de vencer a los liberales en el campo de batalla y anunciar que la constitución de Rionegro dejaba de existir. Esa norma se mantuvo vigente hasta 1991 y, como durante 105 años lo que faltó fue paz, el ejercicio del periodismo libre siempre fue limitado. En ese contexto institucional vivió y ejerció Guillermo Cano Isaza, cuyo centenario se celebra hoy entre los recuerdos de su contribución a la libertad de expresión desde la dirección de El Espectador.

Nacido el 12 de agosto de 1925, Guillermo Cano Isaza nació en Bogotá, meses después de que sus padres Gabriel Cano y Luz Isaza se radicaran en la ciudad, luego de que la familia dejó Medellín, donde había surgido el periódico en marzo de 1887. Cursó sus estudios en el Gimnasio Moderno y, tras graduarse como bachiller en 1943, a sus 18 años ingresó a la redacción de El Espectador. Bajo la orientación de Darío Bautista, Guillermo Lanao y José Salgar, aprendió los secretos del oficio, pero él agregó su saber sobre uno de los espectáculos populares de la época, las corridas de toros.

Fueron cuatro años de aprendizaje de la reportería en las oficinas públicas, las comisarías de policía y los espectáculos artísticos, sin hacer a un lado sus comentarios de la fiesta brava, hasta que sus mayores le asignaron en 1947 un deber de familia: la secretaría de la dirección, con la obligación de coordinar las páginas editoriales, bajo la tutela de su tío, el director Luis Cano, y los reconocidos opinadores José Vicente Combariza o “José Mar” y Eduardo Zalamea Borda.  Un año después también asumió la dirección del Magazín Dominical con la colaboración del periodista Álvaro Pachón de La Torre.

En medio de la violencia entre conservadores y liberales y tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en abril de 1948, el periodismo libre se volvió una quimera y Guillermo Cano debió acostumbrarse a ejercer bajo la vigilancia de los censores. A través de sucesivos decretos de Estado de Sitio la información estuvo controlada y, sin protección a la libertad de expresión, los violentos se encargaron de amedrentar a los periodistas. El 6 de septiembre de 1952 una turba incendió las sedes de El Tiempo y El Espectador, la sede de la Dirección Liberal y las casas de los dirigentes Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo.

Diez días dejó de circular el periódico de la familia Cano ante los destrozos causados por los asaltantes, y cuando recuperó su cotidianidad, el día 17 el diario anunció a Guillermo Cano como su nuevo director. Apenas tenía 27 años, pero en la lidia cotidiana con los censores de prensa aprendió a afinar la información sin análisis ni opiniones. El problema es que, en 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla dio un golpe de Estado al gobierno de Laureano Gómez y la censura pasó al control de las Fuerzas Armadas. A través de la administración de impuestos, además del control informativo aumentaron las multas confiscatorias.

Junto a otros colegas, Guillermo Cano lideró la defensa de los periodistas a través de la Comisión Nacional de Prensa y también promovió un Fondo Pro Libertad para pagar las sanciones económicas a los periodistas sin suficientes recursos. Sin embargo, la ofensiva judicial del régimen militar no se contuvo y arremetió contra los grandes diarios. El Tiempo se vio forzado a cerrar en 1955 y El Espectador lo hizo en enero de 1956. Ante la necesidad de preservar el deber de los periodistas y también los empleos del periódico, semanas después surgió El Independiente y el magazín comercial Graficarte.

Producto de una amplia resistencia civil y la presión ciudadana, el 10 de mayo de 1957 el general Rojas entregó el poder a una Junta Militar que promovió un plebiscito de solución a la violencia bipartidista, a través de un Frente Nacional de 16 años repartido entre liberales y conservadores. El Espectador apoyó esa solución y el primer presidente fue Alberto Lleras Camargo, quien había oficiado como director de El Independiente. Un gobierno liberal apoyado desde las páginas del periódico, con diversas iniciativas sociales para insistir en el entendimiento de Colombia.

Tomada de El Espectador

 

El propósito fue consolidar El Espectador como un diario nacional y que cada municipio del país tuviera un punto de venta con corresponsales. Una iniciativa que permitió a Guillermo Cano encontrar voces representativas en todas las regiones. Consuelo Araújo Noguera desde Valledupar, Antonio Olier en Cartagena, Rodrigo Pareja en Medellín, Juan Gossaín desde San Bernardo del Viento en Córdoba, entre otros, una sólida nómina de corresponsales y colaboradores, más allá de las campañas informativas específicas para documentar las particularidades territoriales del país.

De conformidad con su preferencia por el periodismo deportivo, en compañía del editor Mike Forero Nougués, en 1960 puso en marcha la convocatoria anual de El Deportista del Año para premiar a los mejores en distintas disciplinas. Esa gala del diario se convirtió en el cierre social de cada año y no excluyó el interés por divulgar en toda su extensión los dos eventos más representativos del deporte nacional: la Vuelta a Colombia en Bicicleta y el campeonato profesional de fútbol. Siempre fue conocida su afición por el equipo Independiente Santa Fe que acompañó en sus primeros cinco campeonatos.

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Cuando llegaron los años setenta, con una amplia renovación de voces en las páginas editoriales y las secciones informativas, Guillermo Cano consolidó un equipo de trabajo que asumió la cobertura de los hechos críticos que fueron cambiando la historia nacional. A los males endémicos de la corrupción y la violencia, se sumaron expresiones ilegales de insurgencia, paramilitarismo y narcotráfico que obligaron a fortalecer a algunos equipos de las redacción especializados en las noticias políticas y judiciales, con dos editores de largo aliento en las memorias del periódico: Carlos Murcia y Luis de Castro.

Los desafíos nunca faltaron. La crisis universitaria de 1971, la operación Anorí contra el ELN entre 1972 y 1973, los escándalos de corrupción en la era López Michelsen mientras el gobernante trataba en vano de sacar adelante una constituyente, la irrupción del M-19 como una guerrilla urbana especializada en el secuestro, el paro cívico del 14 de septiembre de 1977, o el Estatuto de Seguridad en el cuatrienio de Julio César Turbay. Ante cada reto un periodismo comprometido con la verdad, sin desatender los temas culturales, deportivos o internacionales, que también estuvieron en la agenda personal de Guillermo Cano.

A la usanza de los periódicos tras el protagonismo de los reporteros en la caída del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, por el escándalo del Watergate, Guillermo Cano constituyó en El Espectador una unidad investigativa que aportó un momento estelar. A raíz de las denuncias de la Comisión Nacional de Valores contra el Grupo Grancolombiano, por irregularidades en el mercado bursátil y el sistema financiero, el equipo integrado por Juan Guillermo Cano, Fabio Castillo, Héctor Giraldo, Luis de Castro y Édgar Caldas, con la coordinación del director del periódico, escribió un capítulo para la historia.

La reacción del Grupo Grancolombiano fue un boicot contra el periódico que inicialmente respondió en abril de 1982 a través del editorial “La tenaza económica”. En dicho escrito, el periódico alteró los detalles de esa coacción a la libertad de prensa, y desde ese día la prioridad informativa diaria fueron los pormenores de las investigaciones judiciales que pusieron de moda la fila de banqueros a las cárceles. La credibilidad del diario quedó a salvo, como resaltó Guillermo Cano, a pesar de los apremios económicos. La cobertura de El Espectador fue premiada nacional e internacionalmente.

Sin embargo, aún con los ecos del escándalo financiero, en 1983 Guillermo Cano casó otra desigual pelea. El entonces ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, destapó la olla podrida del narcotráfico, encarando principalmente al entonces representante a la Cámara, Pablo Escobar Gaviria. En momentos en que Lara parecía perder la batalla ante la celada política de sus contradictores, El Espectador reveló los antecedentes penales del jefe del cartel de Medellín, y desde ese momento la organización clandestina de Los Extraditables convirtió al periódico y a su director en objetivos militares.

Una época muy compleja porque en paralelo con la guerra contra Pablo Escobar, el gobierno de Belisario Betancur puso en marcha una política de paz encaminada a buscar una salida negociada al conflicto armado con las guerrillas. Era la primera vez que un mandatario tomaba esa ruta para buscar la paz. El país se dividió políticamente entre amigos y contradictores del proceso de paz, y la insistencia de Guillermo Cano fue a apostarle a esa salida negociada. Una apuesta difícil en un país amenazado por la insurgencia y el paramilitarismo, al margen de los carteles de la droga.

Tomada de El Espectador

 

Desde 1979, Guillermo Cano había puesto en marcha su propia columna de opinión, Libreta de Apuntes, y fue en este espacio dominical en el que ventiló sus llamados a la paz, su compromiso irrestricto con la defensa de los Derechos Humanos “sin medias tintas”, y su voz erguida para señalar al narcotráfico. Esa postura personal la completó con una redacción dispuesta a la investigación y la reportería, y las caricaturas semanales de Héctor Osuna, quien simultáneamente, a través de su irreverente trazo, encontró un escenario ideal para contar la historia crítica de Colombia con finísimo humor.

Desafortunadamente, los hechos desbordaron toda expectativa de paz y de justicia. Al tiempo que el cese al fuego suscrito con los grupos insurgentes mostró sus fragilidades, el paramilitarismo sacó sus garras para concentrarse en un objetivo primordial: el movimiento político Unión Patriótica, surgido de los diálogos con la guerrilla de las FARC. El holocausto del Palacio de Justicia obró como puntillazo final. “Qué le pasó a Belisario” se preguntó Guillermo Cano en su Libreta de Apuntes, para advertir cómo su entusiasmo de los primeros días terminó en la pesadumbre del país ante la gravedad de los sucesos.

En 1986 asumió la Presidencia el dirigente liberal Virgilio Barco, pero antes de lo pensado los violentos lo pusieron en jaque. Los magnicidios se volvieron normales, y aunque el blanco principal fue la Unión Patriótica, los carteles de la droga también seleccionaron a sus víctimas. Con diferencia de semanas fueron asesinados el magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Baquero Borda; el periodista y subdirector del diario Occidente, Raúl Echavarría Barrientos; el magistrado del Tribunal de Medellín, Gustavo Zuluaga Serna; y el comandante de la Policía Antinarcóticos, coronel Jaime Ramírez Gómez.

El miércoles 17 de diciembre de 1986, cuando salía del periódico en la noche tras su jornada de trabajo, el director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, fue asesinado a tiros por el parrillero de una motocicleta. La reacción del periodismo fue una jornada de silencio sin antecedentes en el mundo. El día 19 no circularon los periódicos, tampoco hubo señales de radio ni de televisión. Ni siquiera abrieron las salas de cine. Pero los periodistas realizaron una marcha de protesta en Bogotá, acompañada de centenares de ciudadanos batiendo pañuelos blancos desde las ventanas de los edificios, en apoyo al periodismo.

Basta decir que tan grave como el asesinato de Guillermo Cano fue la impunidad que lo siguió. Varios asesinatos y exilios fueron la característica de un expediente marchito que, a pesar de que años después fue declarado imprescriptible por tratarse de un crimen de lesa humanidad, nunca aportó las verdades que se confabularon para concretar el magnicidio. Pero más allá de su muerte violenta, la memoria de Guillermo Cano quedó para siempre en el imaginario del periodismo. La prueba es la conmemoración de su centenario que hoy recobra la admiración eterna de Colombia por uno de sus más valientes periodistas. 

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