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Daniel Coronell, Gran Premio SIP a la Libertad de Prensa 2025
La SIP destacó su trayectoria de más de cuatro décadas, su liderazgo en salas de redacción y su defensa sostenida de la libertad de expresión en las Américas.

La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) otorgó a Daniel Coronell el Gran Premio a la Libertad de Prensa 2025, su máxima distinción, durante la 81.ª Asamblea General celebrada en Punta Cana (República Dominicana) el 18 de octubre de 2025.
La SIP destacó su trayectoria de más de cuatro décadas, su liderazgo en salas de redacción y su defensa sostenida de la libertad de expresión en las Américas.
La decisión —anunciada previamente a finales de agosto y formalizada en la ceremonia— subrayó el trabajo de Coronell como presidente de Noticias Univision (TelevisaUnivision) y su rol como columnista y cofundador de Los Danieles.
En el acto, la SIP presentó palabras de reconocimiento y Coronell pronunció un discurso centrado en la importancia del escrutinio público y la protección a periodistas en contextos de riesgo.
Coronell (Bogotá, 1964) es periodista colombiano, con estudios en universidades de Colombia y posgrados en Europa. Fue profesor universitario y becario/investigador visitante en Stanford y la Universidad de California, Berkeley.
Ha dirigido informativos en RCN y Noticias Uno, y lideró Univision News(TelevisaUnivision). En 2021 asumió la presidencia editorial de la revista Cambio y consolidó su espacio de opinión en Los Danieles. También mantiene presencia en W Radio.
A lo largo de su carrera ha recibido Premios Emmy en noticias y documental, Premios Simón Bolívar, dos Premios Peabody y el máximo galardón de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)-Cemex por investigación televisiva. La SIP resume estas credenciales al justificar el Gran Premio 2025.
En 2005, tras amenazas que incluyeron coronas fúnebres y mensajes intimidatorios, Coronell y su familia salieron de Colombia. La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) documentó ese contexto, y en la época se establecieron vínculos de las amenazas con el entorno del excongresista Carlos Náder, tema que él mismo denunció y que recogió la prensa. Años después, fue confirmado como víctima de seguimientos ilegales del extinto DAS.
En su presentación del Gran Premio a la Libertad de Prensa, la SIP resaltó el aporte de Coronell a la fiscalización del poder, su liderazgo en redacciones hispanas y su influencia regional como editor y columnista.
Los textos oficiales —incluido el discurso de presentación de Roberto Rock y el propio discurso de Coronell— sitúan el reconocimiento en un contexto de deterioro de garantías para medios y reporteros en la región.

Texto completo de su intervención
En sus palabras de premiación Daniel Coronell destacó la labor de los periodistas en Colombia, el amplio número de comunicadores asesinados y la difíciles condiciones para el ejercicio profesional en Colombia y dedicó a su familia el reconocimiento, entre otros aspectos.
A continuación el texto completo de su intervención en la ceremonia de premiación:
“Quiero agradecerles de todo corazón este premio tan honroso como inmerecido. Revisé algunos de los discursos de los ilustres colegas que recibieron esta inmensa distinción en los últimos años y noté que algunos dedicaron este momento inolvidable a sus familias, a sus compañeros de trabajo, a quienes fueron sus mentores en el oficio, o a sus medios.
En cambio yo, que por naturaleza tiendo a llevar la contraria, quiero dedicar de manera ferviente este Gran Premio a la Libertad de Prensa 2025… a una bala.
Sí, a la bala de la que escapé hace unos años y que se quedó esperándome gracias a una persona que hoy está entre nosotros.
Para relatarles esta historia debo empezar diciéndoles que, en Colombia, donde he desarrollado la mayor parte de mi carrera, ser periodista y estar amenazado han sido casi sinónimos. La amenaza es algo que uno recibe prácticamente al mismo tiempo con la libreta y la pluma.
Por eso muchos de los reporteros de mi generación nos acostumbramos a vivir con las amenazas hasta el peligroso límite de volverlas normales.
Hemos visto caer asesinados a 169 periodistas en Colombia, de acuerdo con las cifras de la Fundación para la Libertad de Prensa, Flip. Ejerciendo el oficio fueron acribillados desde el más ilustre de todos, Guillermo Cano, director de El Espectador, el diario más antiguo de Colombia, hasta sencillos reporteros en las regiones más apartadas del país.
De todas maneras, hay más amenazas que atentados y siempre terminamos pensando que la intimidación no se va a concretar.
Esa confianza irracional en la falta de palabra de los criminales ha puesto a algunos de mis colegas en manos de ellos, pero también a muchos les ha permitido continuar viviendo –o si ustedes prefieren, malviviendo– mientras siguen haciendo periodismo.
Pasado un tiempo, las cosas se calman y después vuelven en un ciclo de largos miedos y cortas calmas.
Así apacenté muchas veces mi situación y me fui acostumbrando a que la vida se fuera llenando de carros blindados, de chalecos antibalas y de guardaespaldas.
Pese a todo, en el año 2005 una campaña de amenazas acabó con la tranquilidad de toda mi familia, nos quitó el sueño (los sueños), las ganas de vivir; y aún el amor por el periodismo que mi esposa y yo pensábamos que estaba hecho a prueba de todo.
María Cristina y yo estábamos preparados para afrontar amenazas en contra nuestra, pero no de nuestra hija Raquel, nuestra única hija en ese momento, que por aquel entonces tenía solo seis años.
Durante cuatro meses recibimos llamadas telefónicas en las que, en medio de las peores procacidades, nos decían que nos devolverían a nuestra niña en pedazos. También correos electrónicos difamatorios e intimidantes, esquelas mortuorias y coronas fúnebres.
Aunque pusimos estos hechos en conocimiento de las autoridades, la verdad es que nadie hizo nada para investigar lo que pasaba.
El apoyo que nos negó el estado colombiano, nos lo dieron nuestros compañeros de oficio. Seis periodistas de Noticias Uno, el medio en el que trabajábamos, me ayudaron a seguir las pistas. Muchas de ellas, no llevaban a ninguna parte.
Supimos por ejemplo que las coronas mortuorias habían salido de una floristería cercana al hoy desaparecido Departamento Administrativo de Seguridad, DAS. Allí nos dijeron que alguien las había encargado desde otra ciudad y las pagó en efectivo. Hasta ahí pudimos llegar.
Pero una pista finalmente nos llevó a una persona concreta: Un excongresista y también expresidiario, había estado en una cárcel de Estados Unidos por narcotráfico. Pese a estos antecedentes –o quizás gracias a ellos– conservaba una gran amistad con el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe, y con su familia. De su computador salieron algunos de los mensajes aterrorizantes.
Con esa evidencia escribí una columna llamada “Descubriendo al verdugo” que fue publicada dos días después y replicada en varios medios.
Un querido amigo, conductor del informativo radial más escuchado del país, me contó que después de publicar la noticia, una persona llamó a la estación de esa cadena en Miami, Estados Unidos, y aseguró que conocía los detalles del plan para matarme.
Narró paso a paso las rutinas diarias de mi esposa, de mi hija y mías. Todo era rigurosamente cierto. Describió marcas, modelos y colores de los vehículos que usábamos, las vías por las que nos movíamos y por último contó que el jueves de esa semana estaba previsto mi asesinato.
Iba a suceder a la entrada del trabajo, en la única puerta posible, en una acción rápida que ocurriría exactamente cuando me bajara del carro. Un hombre, al que identificó con un alias, me dispararía, cruzaría de prisa una reja que lo separaba de la calle y huiría junto con su cómplice en una motocicleta.
Esa bala es la que hoy quiero recordar.
No puedo describir los pensamientos que se agolparon en mi cabeza. Las rodillas me temblaban, alcanzaba a oír el latido de mi corazón. Tenía al mismo tiempo urgencia de irme y pánico de salir a la calle.
Por un lado sentí alivio porque era yo el objetivo de esa bala y no nuestra hija. También supe que debía salir de Colombia, al menos unos días, para aliviar la situación.
No había tenido la misma suerte mi amigo Jaime Garzón, asesinado cuando iba a su trabajo en una estación de radio en Bogotá. Ni Guzmán Quintero Torres, antiguo corresponsal de Noticias Uno y periodista de El Pilón de Valledupar, quien después de denunciar el asesinato de mujeres y niños a manos de militares, fue muerto a tiros de pistola cuando iba a reunirse con una fuente de información en un hotel. Como este caso hay decenas.
Por eso prudentemente adelantamos un viaje de vacaciones que teníamos previsto a Argentina. Allí recibí la llamada de una persona que en representación de una institución salvó nuestras vidas.
Se trata de Carlos Lauría, hoy director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa, y en ese momento director del Programa para las Américas del Comité de Protección a los Periodistas, CPJ, con sede en Nueva York.
Gracias al CPJ y a él, no cumplí con un destino que parecía inexorable. Esa bala no llegó. Fui admitido en el Knight Fellowship de la Universidad de Stanford.
Allá pasamos un año académico que –una vez superado el trauma– fue maravilloso. En Palo Alto nació nuestro hijo menor Rafael y, al terminar el programa, con la ayuda de nuestros fellows me convertí en Visiting Scholar de la Universidad de California, en Berkeley, donde pasamos un año más.
Desde el exilio, mi esposa y yo seguimos haciendo periodismo para Colombia. Algo que es difícil pero posible como lo demuestra con excelencia el ejemplo de Carlos Fernando Chamorro y su equipo de Confidencial en Nicaragua, también los periodistas de Armando Info de Venezuela y los colegas de El Faro en El Salvador.
La persecución a la libertad de prensa viene tanto de la derecha como de la izquierda y se expresa a veces de manera violenta, a veces a través del hostigamiento judicial, a veces del estrangulamiento económico y cada vez más frecuentemente identificando a los periodistas como enemigos del pueblo.
Es preocupante que Estados Unidos, que siempre había sido para nosotros, los periodistas latinoamericanos, un referente de respeto a la prensa y tolerancia al escrutinio periodístico, esté empezando a transitar caminos tan similares a los de nuestros países.
Durante el gobierno del presidente Donald Trump hemos presenciado repetidos intentos de subordinar a la prensa y de remplazar con propaganda la información independiente.
En fin, cuando regresamos a Colombia, después de pasar dos años en Estados Unidos, las amenazas siguieron, aunque con menos intensidad.
Dirigí una investigación periodística que probó que el gobierno compró, a través de actos de corrupción, los votos parlamentarios para cambiar la Constitución y hacer posible la reelección del presidente Álvaro Uribe.
Ese escándalo conocido como “la yidispolítica” llevó a la cárcel a dos ministros de Estado, a dos secretarios generales de la Presidencia, que es como llamamos a los jefes de gabinete, y a tres legisladores.
Por la misma época, gracias al trabajo de varios colegas, salieron a flote los seguimientos ilegales que había hecho el gobierno, a través del Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, contra los altos jueces de la Corte Suprema de Justicia, contra políticos de la oposición y contra un periodista: quien les habla.
Agentes secretos disfrazados de vendedores de flores vigilaban la entrada de nuestro vecindario tratando de identificar las fuentes de información de mi trabajo. Nos seguían a donde quiera que íbamos e incluso estacionaron, por muchos días, frente al edificio en el que vivíamos una unidad de escucha mimetizada en una camioneta de lavandería.
Durante años hicieron lo posible por criminalizarme. El jefe de Estado llegó a decir en una conferencia de prensa que yo debía ser procesado por la justicia. Como no pudieron encontrar algo que les permitiera convencer a un juez, emprendieron campañas de desprestigio.
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Así es que no solo escapé de una bala, sino que estuve cerca de correr la misma suerte de José Rubén Zamora, fundador de El Periódico en Guatemala, a quien una cuestionable Fiscalía de ese país ha mantenido preso por más de tres años. Si obedecieran la ley deberían liberarlo, pero lo que le cobran es su incansable lucha contra la corrupción en Guatemala.
Esperemos que José Rubén Zamora pueda estar pronto de regreso a la libertad, al periodismo y a su familia.
En estos momentos pienso también en Gustavo Gorriti, fundador de IDL-Reporteros en Perú.
Hace unos días el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, declaró que a este colega ejemplar había que cargárselo, en una abierta invitación a atentar contra él.
Es necesario respaldar a este periodista de investigación que ha sufrido innumerables persecuciones. La prensa del continente debe acompañar a Gustavo Gorriti.
También quiero recordar a los periodistas que trabajan para la comunidad hispana en Estados Unidos, muy especialmente a mis queridos colegas de TelevisaUnivision.
Me recibieron como uno de ellos ya hace quince años y he vivido a su lado suyo dos períodos enormemente gratos y productivos del más reciente exilio.
Es importante que reiteremos los principios, en este momento en que nuestro bello idioma se ha convertido para algunos en un indicio de sospecha. Todos los hispanos en Estados Unidos tienen derechos, aunque no todos tengan papeles.
Es determinante que los nuestros sepan que la Constitución los manda, pero también los ampara, que ninguna discriminación es admisible, y que el periodismo está ahí para informarlos y para ayudarlos a tomar mejores decisiones.
Al mismo tiempo es importante que todas las voces quepan en nuestros medios. Incluso aquellas que puedan contrariar lo que pensamos.
Siempre será más fácil defender la libertad de expresión de aquellos con quienes estamos de acuerdo. El reto consiste en oír con atención y contextualizar los puntos de vista de quienes piensan de otra manera.
Somos servidores públicos y no podemos, a nombre de la democracia, convertirnos en censores de aquello que no nos gusta.
Sea este el momento de rendir homenaje a más de 240 periodistas asesinados en Gaza. Además de acabar con sus vidas querían dejar al mundo sin información sobre lo que allá sucede.
Defenderé siempre el derecho a la existencia del estado de Israel que debe coexistir pacíficamente con un estado palestino.
El terrorismo de Hamas debe ser universalmente condenado y la justicia internacional debe juzgar y castigar a los israelíes responsables de crímenes de guerra cometidos contra civiles en Gaza.
Queridos colegas:
En esta época de redes sociales –y de populismos de izquierda y de derecha– vivimos bajo la impresión de que mucha gente no quiere información sino doctrina. Que muchos ciudadanos ansían escuchar solamente el eco de sus propios prejuicios y rechazan cualquier postura que los cuestione.
El periodismo tiene la obligación de buscar la pluralidad. Eso que hasta hace años era un axioma del oficio se ha ido tornando en postura impopular. No podemos trabajar para el aplauso, ni debemos temer a los insultos.
El periodismo no está para sumarse a las tendencias mayoritarias. En ejercicio de nuestro sagrado deber de escepticismo tenemos que desafiar esas tendencias.
Finalmente quiero dedicar unas palabras a mi familia.
A María Cristina Uribe, mi esposa, mi colega, mi confidente, la razón de mi vida. Que este día tan especial sea la ocasión para expresarle mi gratitud por todo lo que hace por nosotros y también por su abnegación, por haber luchado contra la angustia, el miedo, la enfermedad y el dolor, por la generosidad de haber dejado atrás su brillante carrera para regalarle a nuestros hijos la oportunidad de crecer en un entorno más tranquilo.
Por cierto, Raquel la niña que sufrió las amenazas de muerte por cuenta del trabajo de sus papás. La que temíamos que pudiera estar en la trayectoria de esa bala, creció. Ha salvado su vida varias veces.
Se convirtió en la primera persona hispana en 150 años en presidir el periódico de su universidad “The Harvard Crimson”, una posición en la que la antecedieron, entre otros, dos presidentes de Estados Unidos. Ahora está empezando su carrera periodística en la cadena NBC.
Rafael, nuestro hijo menor, ese dulce fruto de nuestro exilio, que hoy no pudo acompañarnos porque tiene deberes académicos, inició hace unas pocas semanas su carrera universitaria. Todos auguramos que su inteligencia y sensibilidad le asegurarán una vida exitosa y feliz.
A ellos tres, a la Sociedad Interamericana de Prensa, a ustedes queridos amigos y a esa bala que por fortuna no llegó, les doy las gracias por vivir juntos este extraordinario día en Punta Cana.
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