Una coyuntura la llevó a París en 2018. Abordó el avión desde Bogotá, con escala en Madrid, acompañada de dos maletas, cumpliendo a cabalidad las instrucciones. En la pequeña, llevaba las prendas especiales, alguna ropa formal y un libro; en el equipaje de bodega y sin superar los 23 kilos de rigor, camisetas y pantalones cortos para el verano, jeans y chaquetas para la montaña, ese sería su cambio diario. Cargadores y baterías de celular, números de contacto, y unas recomendaciones. En su mente dijo estar lista para ser la única mujer, latina y joven que viviría durante un poco más de tres semanas con dieciséis hombres. Un mes después regresó sin uñas, con ampollas, tres kilos menos de peso y una facitis plantar propia de los atletas. Sus pies estaban destruidos, durmió casi un día entero y el dolor en sus piernas era insoportable.
Karina Vélez es una mujer menudita, de apenas 1.60 de estatura, pero con una seguridad arrolladora, cuando habla mueve las manos como cortando el viento y sus ojos brillan en un intento de enfatizar las frases, nada es imposible para ella. Se fue a la capital francesa para ser la jefe de comunicaciones de uno de los 22 equipos que se disputaría la gloria en la competencia de ciclismo más importante del mundo, el Tour de Francia, 3.351 kilómetros en donde prima la montaña más allá del cronómetro y la majestuosidad de los Alpes, los Pirineos y el Macizo Central se recuerda desde el sufrimiento.
La noche anterior al inicio de la carrera revisó los dos chat de grupo en su celular, en una aplicación distinta a la de WhatsApp. En uno estaban los ocho corredores y los diez integrantes del staff, entre osteópatas, masajistas, ayudantes o souveniers, conductores, mecánicos, médico, director técnico y ella, representando al área de comunicaciones. Ahí recibió las instrucciones básicas, el desayuno para el equipo debía tomarse entre las 6:30 am y 7:00 a.m y los ciclistas a las 9:00 a.m, la explicación era simple y la entendió en la mañana siguiente, los miembros del staff deben estar listos para ayudar a los atletas, sin importar si el trabajo es ser mecánico, masajista o periodista, el propósito es el bienestar de los deportistas. A los equipos de ciclismo se va a aportar, no a estorbar, detrás de escena se entiende el porqué es un deporte de trabajo en equipo
Con el despuntar del día, Karina se dio cuenta que Lorenzo, el chef del equipo necesitaba ayuda. Ella proviene de una familia dedicada a la alta cocina, empezando por su madre, así que el cuchillo y las recetas hacen parte de sus primeros recuerdos de vida, tan natural como respirar. Entró al camión cocina, todos los equipos profesionales lo tienen, allí se prepara la alimentación de los ciclistas, los hoteles solo ponen a disposición platos y cubiertos.
Lorenzo le pidió que solicitara en la cocina del hotel más platos hondos y que le preguntara a Valverde y a Nairo cuántos huevos querían y su preparación. Con el tiempo empezó a conocer a sus atletas incluso en sus gustos gastronómicos. Valverde, por ejemplo, desayuna tres huevos revueltos, uno con yema y dos claras; y es que la primera comida del día, no es un tema menor, es la batería de los atletas, por eso, deben consumir alimentos ricos en nutrientes y calorías, pasta, arroz, huevos, granola, leche deslactosada y frutas. La sorprendió las cantidades que se sirven, montañas de comida que abarrotan los platos. En su mente hizo el cálculo de cuántos kilos subiría en una semana si consumiera algo similar, concluyó que nadie come así porque tampoco nadie es capaz de quemar 5.000 calorías diarias, los ciclistas son gente de otro planeta, sentenció.
Así, un acto sencillo como llevar los platos o preguntar a los deportistas que querían desayunar contribuía mucho a la eficacia del equipo, pues no todas las veces el camión-cocina se podía parquear justo al lado del hotel de turno y el chef no puede perder tiempo en ir y volver, alguien debía apoyarlo y esa persona era Karina.
Revisó por ultima vez su bolsito, que ató en su cintura, y en el que verificó que estuvieran los cargadores y baterías para los celulares, pañitos para limpiar a los ciclistas y cables; solo ella llevaba un bolso así, no le importó que le incomodara para correr, el tiempo le dio la razón, en más de una ocasión le fue muy útil. En bus salieron desde el hotel al punto de partida de la primera etapa en la comunidad francesa de Noirmouitier-l’lle. De inmediato, recordó el curso de capacitación intensivo de dos días que le dictaron en Madrid, España; un manual de reglas y obligaciones que debía memorizar y acatar. Ubicación, distintivos y rutina diaria.
Karina descendió del vehículo, decidió hacerse cargo de otra labor, poner las barreras de la zona perimetral, las mismas que se ven en los bancos y aeropuertos; alguien le dijo que no se preocupara pues ese no era su trabajo, en los siguientes días fue su responsabilidad, pues contribuía en algo sagrado en una competencia, el tiempo. Intentó subir nuevamente al bus, no pudo. Está prohibido regresar, pues es justo el momento en la que los deportistas se cambian y de la charla técnica, nadie diferente a los ciclistas y el director técnico puede estar ahí, es su rito, su espacio.
Aprovechó para buscar a los colombianos que intentaban saludar a los ciclistas, abrazar a Nairo y desearle suerte, ella, en el entretanto indagaba por sus vidas, los entrevistó y realizó hizo videos cortos que subió a redes y envió a los medios; también acordó las primeras entrevistas y en el turno en el que se realizarían. Ahí entendió otra misión que no estaba en ninguno de los manuales o charlas, correr y mucho. Corrió detrás de Nairo, pero no solo ese día, así lo hizo en adelante. En los puntos de partida del Tour hay más de 5.000 personas que hacen parte de la organización de la competencia y periodistas, 20 buses y una fila interminable de vehículos, una carrera de obstáculos para llegar hasta Nairo.
De esta manera inició su primer día, con la convicción que estaba lista para la competencia. Se emocionó con la presentación de los equipos, la toma de las fotografías a los ciclistas que luego se proyectan en la transmisión del Tour y la ansiedad por ser el momento preliminar. Unas últimas palabras, pero esta vez ella no entró, solo los directores técnicos y los ciclistas que apoyaban la lucha que encabezaba Nairo Quintana.
Las dificultades para Karina no se hicieron esperar, habla inglés; pero las instrucciones se suministran en francés, hizo maromas para entender dónde debía ubicarse, cuanto tiempo podía estar en el lugar, las grandes distancias que debía caminar, el tiempo que debía esperar subida en una mesa. Tenía claro que debía estar pendiente de sus corredores, de todos. Fue por Nairo, pero los corredores eran ocho y debía ser la sombra de todos. Con el acto protocolario de la firma por parte de los ciclistas, y la partida de la etapa, Karina corrió, esta vez en sentido contrario, nuevamente al bus, ayudó a recoger la zona perimetral y a limpiar el vehículo para que los corredores lo encontraran en optimas condiciones de regreso.
En el bus de los ciclistas se desplazó hasta la meta, por una vía paralela a la de la etapa. Desde aquel primer día y hasta el último, nunca más tuvo noción del tiempo. Podía llegar casi con pocos minutos de diferencia que los ciclistas o con un par de horas, no importaba, siempre sintió que le faltaba tiempo. Se volvió a emocionar con su compañero de viaje, con Jesús Hoyos, el médico del equipo, treinta años en el Tour de Francia, y otros tantos en cuanta competencia de alto nivel existe, es una enciclopedia que respira que conoce al detalle los deportistas, sus fortalezas y debilidades y sus organismos como nadie. Era el momento de aprender del ciclismo, de la explicación científica del porqué estos deportistas se convierten en máquinas y también de las anécdotas, por ejemplo del instante en que el médico trató a Santiago Botero con tan solo 18 años.
Una vez en la meta, Karina, recibió al primer ciclista de su equipo, le quitó el casco y le limpió la cara. Lo dejó respirar y esperó hasta que bajara sus pulsaciones, ahí entendió que la prioridad no era la noticia, los periodistas o los medios, tampoco la victoria o la derrota, si no el ser humano, el deportista que llega con su cuerpo destruido. Le entregó un batido, un alimento muscular, vital para su recuperación después de rodar cinco horas, alcanzar una velocidad promedio de 60 km por hora, forzar al límite de la razón su corazón, riñones, rodillas y músculos. Algunos le pidieron algo dulce que les aportara energía y calorías. Una lección más, en quince minutos se recuperan, son subnormales, máquinas que respiran y sienten. Ese mismo procedimiento lo realizó una y otra vez con los ocho ciclistas.
El anhelo de los ciclistas es el bus, lo añoran más que nada. Después de sudar durante horas, de sentir el uniforme como parte de su piel, tan pegajoso que el baño en las duchas del bus es un momento de gloria. Allí también se cambian de ropa y comen de inmediato. Una vez más pasta, arroz, salmón y pollo, en cantidades abrumantes, deben recuperar 5.000 calorías perdidas. La carne roja es una palabra inexistente en los atletas de alto rendimiento. Esta es su rutina y es la que los mantiene vivos. En la noche la alimentación es un premio, balanceada pero de sabores distintos para no aburrirlos.
Desde la finalización de la competencia hasta el hotel cercano a la siguiente etapa, los deportistas deben llevar puestas unas botas frías, de hielo, que les permita relajar los músculos. Cada uno va en su silla asignada, es el momento de descansar la mente, de revisar las redes sociales y lo que el mundo dice de ellos, hablan de la carrera, bromean. Ahí son menos máquinas y más humanos.
En el nuevo hotel, los espera los demás integrantes del staff. El camión-cocina y el camión matriz, ya ha realizado la logística, las maletas están en las habitaciones de cada uno, los mecánicos ya están revisando minuciosamente cada bicicleta y apenas descienden del vehículo, después de una, dos o tres horas de traslado en bus, se les asigna clave de wiffi.
Los ciclistas llegan de inmediato a su sesión de masaje, mientras los deportistas cumplían religiosamente su rutina, Karina después de una ducha y un cambio de ropa, regresa a una de sus otras labores, ser la asistente de cocina, pues, en pocos minutos será la hora de la cena de los atletas. Es un momento grato, el alimento por fin es diferente, nuevos sabores y una preparación moderna, para despertar los sentidos y evitar el aburrimiento con la comida.
Después de la cena los ocho ciclistas tienen un momento para ellos solos, sin directores técnicos, sin medios, sin nadie. Suben al bus, toman un café, ven televisión y se comunican con sus familias. Es el momento en que el staff puede comer en el hotel, no importa la hora que marque el reloj, la prioridad son los ciclistas. Luego, a dormir.
Esta rutina se le convirtió a Karina en una religión. Solo fue diferente en las etapas de montaña a donde los buses no pueden subir y los atletas deben ser transportados desde la meta en vehículos livianos.
Al finalizar la primera semana aprendió una lección que no se dicta en ninguna facultad de comunicación y que es imposible que el televidente perciba desde la comodidad de un sillón, ni los gritos más desgarradores de los comentaristas deportivos son capaces de transmitir al televidente, oyente o lector lo que ella aprendió en el corazón de la competencia más dura del mundo. El ciclismo, a ese nivel, es un deporte de sufrimiento, en donde llevas el cuerpo y la mente al límite y es la disciplina, el talento, el entrenamiento y la alimentación lo arrancan de las garras de la muerte. El ciclista es un ser humano con la capacidad mental y física de soportar el dolor.
Así lo vivió con la caída de Nairo y su reacción, lo que para él fue insignificante y casi una raspadura, para cualquier otro ser humano hubiera significado la incapacidad durante ocho días.
En la tercera semana, en la etapa número 17 a Karina la sorprendió el triunfo. Acompañada por Mikel Otero el hombre de confianza de Nairo, esperaba al ciclista en la meta en una prueba de montaña, pocas personas estaban en la cima, el tenía a cargo la maleta con la ropa de cambio con la que subiría al podio el hombre de acero, ella, un morral con las chaquetas y la hidratación. Siguió la etapa en una pantalla, apenas vio a Nairo quiso llorar, gritar y correr abrazarlo. No pudo hacer nada de eso. Fue el día más feliz en esas tres semanas de competencia.
Corrió hacia Nairo como todos los días, con un nudo en la garganta y al borde del llanto, hizo un video, lo envió a medios. Mientras Otero lo cambiaba, ella volvió a correr para recibir a los demás, entregarles su chaqueta e hidratarlos. El televidente los ve en cámara, bien presentados, sonriendo, entregando unas declaraciones a los más de 160 periodistas y con esa imagen se quedan en su retina.
Ganar una etapa tiene nuevas responsabilidades. La ropa para el podio y atender la fila interminable de medios. Nairo le repetía todo el tiempo a Karina, tengo hambre, pero aún no era el momento ganar significaba priorizar los medios antes que el estómago, después de atender 160 periodistas, lo llevó hasta la entrevista internacional en una carpa, Karina lo seguía con recipiente plástico de arroz, pero no tuvo un segundo de respiro para que comiera. Finalizada la entrevista, Nairó pasó a otro suplicio para los ciclistas la prueba antidoping.
Le pareció inexplicable pedirle a un corredor que pedaleó en una montaña 200 kilómetros, que llega destruido físicamente que orine, parece más que una proeza una tortura. Pueden pasar diez minutos hasta una hora antes que puedan orinar para cumplir con el examen. En el entretanto, Karina debió llevar la biclicleta que le pidieron a una prueba de control. Un escáner apostado en una carpa verifica que no tenga ninguna modificación.
Ya en el bus, Nairo saludó y agradeció uno a uno con un apretón de manos y un abrazo a los integrantes de su equipo, desde los conductores hasta al médico. Karina advirtió que lo mejor de este deporte es la gran condición humana de los deportistas, ¿cómo no dar lo mejor de uno por ellos?, pensó.
El día a día en la competencia no dejaba de sorprenderla. Nunca olvidará a uno de las decenas de colombianos que siempre estaban apoyando y celebrando la participación de los ciclistas. En particular la de un exguerrillero que le confesó haber soñado toda su vida con estar presente en el Tour. Luego de desmovilizarse, invirtió sus pocos ahorros en hacer realidad su sueño de ver a los escarabajos y ver en acción a Nairo Quintana.
Finalizó el tour, Nairo y los demás estaban listos para las siguientes competencias, seguir llevando su cuerpo al límite del dolor y con su mente intacta. Karina llegó a Colombia con los pies inflamados, sin uñas y lista para lo que creyó sería una incapacidad médica de semanas, pero con el corazón hinchado, orgullosa de su país, de su equipo y de sus deportistas. Esta vez vio el Tour como una televidente más, pero con la emoción de haber estado ahí, en el corazón de la competencia, viviendo, riendo y llorando con ellos, apoyando a unos ciclistas a los que ella recibió en la meta, en pedazos, y que le enseñaron mucho.